15 jun 2011

El Fruto del Espíritu – parte 8

La mansedumbre es la anteúltima cualidad de quien tiene el Espíritu Santo.
El origen de la palabra hace referencia a una persona pacífica, dócil, apacible y gentil.
Al salir a la calle los ejemplos que abundan son exactamente opuestos. A través de esta explicación podrá concentrarse para aprender o evaluar su comportamiento.


La Mansedumbre

Ese don es exaltado en la tercera bienaventuranza; una cualidad del carácter de aquellos que han de heredar la Tierra (Mateo 5:5). La mansedumbre es el resultado de una real humildad, debido al reconocimiento del valor ajeno y, como consecuencia, del despojo de sí mismo, es decir, de la eventual superioridad.
Verdaderamente, para el mundo cruel en el que vivimos, esa cualidad es despreciada frente a la sociedad corrupta; no obstante, cuando se tiene ese don es porque la persona partió de la única fuente de la gracia, que es Dios.
En la mansedumbre, vemos una sumisión respetuosa del espíritu humano al Espíritu de Dios y también al propio hombre. El más grande ejemplo de mansedumbre, en la Biblia, además del propio Señor Jesús, es Moisés: “Moisés era un hombre muy manso, más que todos los hombres que había sobre la tierra.” Números 12:3
El apóstol Pedro, que estuvo al lado del Señor en sus tres años y medio de ministerio, tenía actitudes contrarias a la mansedumbre, y cuando en la prisión del Señor, sacó la espada que traía consigo e hirió al siervo del sumo sacerdote, cortándole la oreja, inmediatamente recibió una reprensión del Maestro: “Vuelve tu espada a su lugar, porque todos los que tomen espada, a espada perecerán.” Mateo 26:52
Quiere decir que, Pedro creía que sus reacciones tenían que ser de la misma medida que las acciones de los otros contra él. No me admiro, por lo tanto, que él mismo, después de tantas lecciones prácticas y desarrollo espiritual constante, pudiese escribir: “… sino el interno, el del corazón en el incorruptible adorno de un espíritu afable y apacible que es de grande estima delante de Dios.” 1 Pedro 3:4
Las cualidades cristianas enriquecen, cuando son proclamadas las promesas de Dios. ¿De qué serviría predicar la Palabra de Dios, orar por los enfermos y los que padecen, vigilar, ayunar y toda lo que constituye la obra de Dios, si las actitudes son acompañadas por una espada que en cualquier momento puede herir al otro?
Texto extraído del Libro “Las obras de la carne y frutos del Espíritu” del Obispo Macedo

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