Aprende, enseña, reprende, consuela y bendice.
Glorifica, predica, unge, visita, comprende y perdona. Siembra, cultiva, cosecha, alimenta y ofrece.
Alimenta, socorre, profetiza, pelea, vence y agradece.
Se santifica, oye y calla. Da, recibe, restaura, triunfa, edifica, siente y habla.
La vida del pastor de la Iglesia Universal…
Mira el reloj, ¡ya está atrasado!
Él no tiene auto, se toma un autobús repleto.
Va al hospital, a la cárcel, al velatorio, sea donde fuere, a buscar a la oveja perdida, pues él es un pastor.
Su cuerpo cansado espera la hora de ir a la cama.
Y cuando eso sucede, suena el teléfono.
Se levanta apurado y reconoce la voz del otro lado.
Es la oveja afligida que necesita cuidados.
Y allá va el pastor, llevando consuelo al corazón afligido.
De sus ojos cae una lágrima en lugar de un grito.
Es el dolor que se transforma en la alegría de la compensación por haber sido escogido para tan sublime misión.
Es tarde cuando regresa a casa, y en ese momento su esposa dice:
“Hoy es nuestro aniversario de casados”.
El clima de fiesta, la mesa arreglada… pero la comida se enfrió… y torpemente dice:
“Perdona, mi amor, esta es la vida del hombre de Dios en el Altar.”
Obispo Julio César L. Freitas
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